Más que un relato

Buenas gente, pues como siempre estuve leyendo relatos eróticos, confieso que son una afición que tengo y ayer encontré uno muy diferente a algunos que he leído, mientras lo leía mi imaginación voló mucho y lo convertí como en una novela, escrito por BlackHole, él define este relato como “tremendista”.

Este relato tiene dos partes pero cada una es larguísima entonces la publicaré por partes, espero que les guste…

MARMELO.

La melodía del móvil sonaba y sonaba, Aaron se removió molesto en la cama, tuvo que sacar la cabeza de entre las sábanas violáceas porque no aguantaba más esa atronadora música, la luz de la mañana lo cegó produciéndole un terrible dolor – !Por Dios qué tortura! – gritó mentalmente, con los ojos cerrados y a tientas encontró el causante de ese ruido.

¡¿Sí?! – le chilló al móvil

Aaron, ¿dónde demonios te has metido? – era Marta la que lo llamba, su secretaria, asesora y controladora amiga.  A la mente de Aaron vinieron los recuerdos de una importante reunión con una nueva empresa.

¿Qué hora es? – preguntó bostezando

Las diez y veinte

Aún hay tiempo, es a las once ¿no?

Sí, ven es muy importante – le suplicó – además cambiamos la hora tres veces para que estuvieses… – se volvió a meter entre las sábanas –  … ¿me estás escuchando?

¿Eh?… sí, sí, ahí estaré – colgó y a los pocos segundos se volvió a dormir, la música del móvil lo volvió a despertar, le dio al botón de apagado pero de nuevo sonó – ¿Si?

¡Levántate, maldita sea! – le gritó enloquecida la voz de Marta a través del teléfono – ¡Cómo no estés puntual para la reunión, te juro que cogeré unas tijeras y te…!

¡Está bien, está bien! – se incorporó de la cama y se sentó en el borde – Dame media hora ¿quieres?

No, ¡veinte minutos!

Veinticinco – colgó resoplando.  Desesperado se levantó de la cama tambaleándose, tuvo que agarrarse de la pared para sostenerse, la cabeza le iba a explotar y tenía el estómago revuelto.  – Esta es la última veez que bebo – se prometió en vano por tercera vez esa semana.  Se metió bajo el chorro de agua tibia casi fría de la ducha, no le ayudó mucho con la jaqueca pero si para despejarse.  Puso su cabeja a trabajar, tenía que resolver un problema angustioso, elegir entre el traje de color negro o el de color gris, ¡oh qué dilema! – p-ensó – supera mis posibilidades, tendré que dejarlo en manos del azar.  – Cerró los ojos y con la mano eligió una prenda, abrió un ojo, luego abrió otro, sonrió irónico al ver que el traje era el de color negro – vaya – exclamó para si – parece que este color me persigue –.  Se miró en el espejo satisfecho por su apariencia – ¡Qué guapo soy! – pensó – ni este traje de muerto le arrebata ni un ápice a mi belleza.  – Se tomó cuatro aspirinas y bajó saltando las escaleras, subió a su “caprichito” como él lo llamaba a su Alfa Romeo 8C Spider, un deportivo rojo furia que aceleraba hasta los 290km/h, una maravilla de la tecnología que se compró cuando murió su padre, la mejor inversión que había hechohasta el momento, más de €200.000 con la que sentía el rey del mundo.  Le encantaba sentir las miradas postradas en él y en su coche, se sentía como un famoso sin periodistas, una mezcla de euforia y superioridad que le encantaba.  Entró en su edificio, el lugar donde trabajaba, lo odiaba por muchos motivos y sobre todo porque cada uno de los trabajadores creía que él no debía haber heredado tal fortuna.  Sentía las inquisitivas miradas, todos encima de él, juzgándolo solo por ser hijo de quién era, se preguntaba día tras día porque su padre lo había dejado como heredero, no tenía ni idea de como manejar una empresa y aún menos una multinacional.

Se relaó al ver a la fina y pequeña figura de Marta, con ese pelo negro y esos enormes ojos marrones que lo saludó con una sonrisa torcida.

Por fin has llegado –  le ofreció un café

Te dije que vendría, y con… – miró el reloj – cinco minutos de adelanto – le guiño un ojo robándole una sonrisa a la chica – Bueno… ¿de qué va la reunión?

¿No te has leído…? – suspiró – claro que no, no sé ni para que me molesto

Deberías trabajar menos – se sentó a su lado y acarició el pelo – deberías venirte un día conmigo a algunas de mis fiestecillas, eres tan joven… te comportas como una vieja – ella se rió

¿Qué quieres que sea un eterno adolescente como tú? – le recolocó el cuello de la camisa.

Por lo menos podrías comportarte como una chica de tu edad, y no como una cuarentona, seguro que te mueres por salir conmigo.

Le dijo la araña a la mosca – sonrió – eres igualito a tu padre, llevo desde los 17 trabajando con él y era igual de encantador conmigo que tú.

¿De eso cuánto hace?

Más de 9 años, y si no caí con él, no caeré contigo

Bueno – se rió Aaron – a eso réstale que soy el doble de guapo, más fuerte y como que en vez de tener casi 60 años tengo 25.

Si algo he aprendido es que no hay que fiarse de los Gostíerrez Alméndez – lo observó – un día te va adar un cíncope con tanta fiesta, tu vida es como un videoclip de música electrónica.  – Se rieron – además…  no te has puesto corbata.

¡Y venga a sacar faldas! – le reprochó – Bastante he hecho con ponerme traje ¿me vas a decir con quién me voy a reunir?

Si, con un par de jefazos de una empresa que se ha reinventado a si misma – sonrió – ni siquiera creo que la conozcas y eso que te llevo hablando de ellas desde hace más de dos meses, bueno… ahora es más fresca, más nueva y tiene unas ideas muy interesantes, de ahí que haya atrapado a muchos de nuestros inversores para una fusión.  – Lo miró – Así que ya sabes, te sientas, los miras como si supieses de que va el tema, asientes un par de veces y firmas – empezaron a caminar – la reunión durará viente minutos, no se puede acortar más de hablarán de balances, de estadísticas y cosas muy matemáticas…

¿Cómo se llaman?

Eh… – miró los papeles – tiene un nombre largo pero creo que en fin, Pegaso – el nombre lo sacudió como una jarra de agua helada, hizo que desenterrara algunos de sus recuerdos más tristes, aquellos demonios que él creía tener bajo control, respiró profundamente intentando catapultarlos fuera de sí, se frotó la cara y se paró enfrente de la puerta de reuniones – y recuerda…

Sentar, oír y callar – repitió cansino la letanía que tantas veces había oído

Y no cuentes ningún chiste verde porque sabes que ninguno se ríe – Aaron iba a protestar – da igual que intentes animar el ambiente, nunca se reirán contigo

Bueno, me adentraré en el mar de tiburones viejos

No, pues mira, uno de los representantes de la empresa también es un chico joven así de tu edad.

Que bien, jugaremos a las cartas – se burló Aaron con un gesto cómico, la mirada de ‘vete a la mierda’ de Marta le hizo coger la carpeta con los informes, le dio un beso en la mejilla para calmarla.  Entró como si lo leyese, todo apariencia pero que al aparecer a esa manada de viejas hienas le agradaba pues pensaba que el chico se interesaba algo por el negocio centenario de la familia.  Alzó la mirada, observó bien a los principales momias que lo miraban con cara de asco, todos barrigudos, todos canosos, trajeados y serios, un escalofrío de nerviosismo le recorrió de arriba abajo.

Se fijó en una figura alta, fina, masculina, bien definida que miraba por la ventana, tenía las manos escondidas en los bolsillos con un maletín a sus pies, llevaba puesto un traje de color negro ceñido con finas rayas verticales de color gris oscuro, una de las bandas de un pañuelo blanco que llevaba colgado al cuello le caía por un lado de la espalda.  A Aaron se le hizo bastante familiar esa figura, a decir verdad, un montón de imágenes de un capítulo anterior a su vida aparecieron por su mente, no pudo reaccionar, se quedó mirándolo, de espaldas sí, pero creyó reconocerlo, quizás solo fue un juego de su mente pero estaba totalmente seguro de que era él.  Le temblaron las piernas, se sentía mareado, apenas logró mantenerse de pie cuando esa figuro giró, cuando le vio la cara, la cara de un fantasma que creyó olvidado hará más de tres años.  Esa cara inocente, de ojos apenados y culpables, la cara de un demonio que solo le otorgó dolor y sufrimiento que desapareció de repente sin explicación alguna, dejándolo tirado, ahogándose en su propio sufrimiento, retorciéndose de dolor y angustia por su pérdida.  La tristeza no hizo caso omiso ante la imagen de aquel ser y decidió manifestarse en forma de un profundo dolor en el pecho, sudores fríos y agua en los ojos.  Ese diablo se acercó a un inmóvil Aaron, que apenas podía mantener la compostura, se apoyó en la mesa de cristal fría y dura como su apariencia que se derrumbaba por minutos.

Hola Aaron ¿Cómo estás? – le saludó de una forma amigable y cuatelosa con una triste sonrisa.  Ardió por dentro de furia el joven Aaron, después de todo su sufrimiento, de todo su dolor, de todo lo que había pasado, aparecía como si hubiese ido un momento a la vuelta de la esquina, no le contestó, se calló y lo miró de arriba abajo.  Lo notó más delgado de como lo recordaba, debajo de los ojos tenía marcadas dos profundas ojeras, parecía que su piel había adquirido un tono aún más pálido que de costumbre, no tenía la pinta de estar en sus mejores tiempos, en realidad tenía una apariencia más bien frágil, pero aún seguía conservando esa atracción, esa especie de magia que siempre lograba romperle todos los esquemas y caer rendido a sus pies.  Aaron intentó rebuscar en su interior odio y asco hacia él pero no parecía que quedase, sola una profunda tristeza, tuvo la sensación de que resurgía de su interior ese cariño, ese amor adolescente que sintió hacia él desde que tenía recién cumplidos los 16.  Más rabia volvió a emerger hacia la superficie, rabia hacía él mismo, más bien impotencia, oyó a Montoya que los invitaba a sentarse en la mesa para que comenzase la reunión, Montoya le insistió para que se sentase pero Aaron decidió que lo mejor que podía hacer era marcharse, una para no romperle la cara a ese tipo, y dos para no echarse a llorar como un niño pequeño.

Aplacemos la reunión – dijo con una voz tembloroso – Me encuentro indispuesto

¿Qué estás diciendo? – Preguntó éste, un zumbido de rumores inundo la sala, por un momento se sintó perdido en el mundo, unas miradas críticas e inquisitivas lo abofetearon de golpe – ¿Qué te crees chaval, que podemos reunirnos cuando nos de la gana? esto no es el patio del recreo

Pues entonces cancelarla, no nos fusionaremos – contestó serio

Aaron – su pesadilla se acercó a él – ¿podemos hablar?, necesito aclarar las cosas contigo – dijo con una voz suave, tranquilizadora, conocía muy bien el carácter volátil de Aaron, sabía que estando bajo presión saltaba arrasando con cualquiera que se interpusiera en su camino.  Aaron – insistió – alargó la mano para tocarle el brazo.

¡No me toques! – le gritó éste – ¡Contigo no tengo nada que ver! ¡Ahora por favor, sal de mi edificio! – le señaló la puerta

¿Te has vuelto loco? – replicó Montoya – ¿Te crees que puedes hacer lo que te de la gana?

¡Soy el jefe! ¿no? – le vociferó – ¡Pues entonces cállate! ¡Se cancelan todas las reuniones con esta empresa de degenerados! – Salió por la puerta dando un portazo que retumbó por toda la sala, Marta lo vio marchar sorprendida, iba a entrar en el cuarto pero el cuarto pero el cuerpo del joven desconocido la empujó hacia fuera.

¡Aaron! – le gritó éste, salió corriendo detrás de él – ¡Espera un momento! – Aaron estaba que iba a explotar por dentro, quería gritar, romper todo lo de su alrededor, se metió en el ascensor ignorando las llamadas de su fantasma, lo vio de soslayo cuando se cerraban las puertas.  Bajó al aparcamiento, se asustó cuando vio a su demonio corriendo detrás de él, la rabia pudo con su control, lo cogió por el cuello y lo golpeó contra un coche que comenzó a pitar.  Vio la cara de susto y los ojos aguados de su contricante y solo sintió ganas de abrazarlo y consolarlo.

Johann – dijo su nombre con la voz rota –  ¡Déjame en paz! – le gritó desesperado – ¿Por qué has venido? – tragó saliva desesperado – ¿Por qué me torturas? ¿Qué quieres? – tomó aire ruidosamente – ¿Qué cojones es lo que quieres?

Solo quería verte – le tocó la mano que le agarraba el cuello – Déjame explicarte por qué me fui, quiero saber cómo estás, como te encuentras…

¡Si lo quieres es que te perdone ¿sabes lo que te digo?! ¡Qué-te-jo-dan! ¡olvídame! lo has hecho muy bien durante todo este tiempo, me busqué yo solo la vida sin ti, así que, borrame de tu disco duro, pasa de mi.  – Lo soltó y se zafó de las ataduras de la mano de Johann, se metió en su Alfa Romeo 8C Spider color rojo capricho del destino.  Antes de cerrar la puerta oyó la voz de su torturador que le decía que se estaba alojando en el hotel de la ronda americana, conocido muy bien por los dos.

Aaron aceleró por la carretera y se metió en la autopista, entre cruces y desviaciones acabo en una carretera desierto, puso la música a todo volumen, una música atronadora, todo percusión y guitarra eléctrica y al fondo los gritos de algún cantante ídolo de muchos adolescentes obsesivos.  Le venían a la mente todas la vivencias vividas con Johann, el capullo que le gustaban las matemáticas y la historia, aceleó al pensar en él, respiraba agitadamente, – ¡¿Por qué?! – gritó dentro del vehículo – ¿Por qué coño me atormentas? Asqueroso hijo de perra – volvió a meterle gas al coche, miró el velocímetro 120km/h – ¡¿Por qué?! – resopló y se tocó los ojos húmedos, le dio un golpe al volante – ¡Joder! – sorbió por la nariz y aceleró más, – ¡qué imbécil, qué gilipollas que puedo llegar a ser! ¡Dios ¿qué mierda quieres de mí?! – chilló en su mente, ya sin quitarse las lágrimas, con un reguero de agua que moría en el cuello de la camisa afloró una macabra idea en su cabeza, apretó el pedal del acelerador, la carretera era recta pero acababa en una curva algo pronunciada, y subía el velocímetro 130, 150, 160,170, 180, un montón de ideas, preguntas, palabras, frases cruzaban por su mente, el corazón se le iba a salir del pecho, no podía irse de esa forma tan cobarde, él no era tan… melodramático, soltó el pedal y apretó con fuerza el del freno.  – Un puto imbécil no puede ejercer ese control sobre ti ¿De verdad estás tan desesperado Aaron? ¿Eres ta poca cosa? ¿quién se cree que es él? ¿qué clase de hombre eres? – Se interrogó cabreado, fustigándose a si mismo.  Miró por el retrovisor, – ni un puñetero coche a la vista, ¿dónde demonios me he metido? – se preguntó – giró en medio de la carretera, una maniobra posiblemente ilegal, pero en esos momentos le era todo indiferente.  Condujo a una velocidad media de 90km, tardó casi una hora en llegar a su casa, subió lento, derrotado.  Puso la música lo más alto posible sin que se distorsionase el sonido, quería todos los pensamientos que girasen entorno a Johann, entorno a ese espectro personal que le hacía envenenarse por dentro.  Abrió la nevera de un golpe, bufó, sacó un filete de pollo que hizo en una sartén, lo metió entre dos trozos de pan, le puso dos hojas de lechuga por eso de comer sani, sacó un refresco de la nevera y se sentó en el sofá.  Apagó la música y puso la tele, le dio dos mordiscos al bocadillo, se levantó inquieto, fue a aus cuarto y rebuscó entre los cajones de la cómoda, cogió una caja de dormir, su remedio casero para los problemas, dormir, si eso el problema ya se resolverá solo.  Se sentó mientras veía un capitulo repetido de los Simpson, le dio otro mordisco al bocadillo, no tenía hambre, solo un profundo agobio, se metió entre pecho y espalda cuatro pastillas de Orfidal – con suerte me agujereare el estómago – pensó sonriendo irónicamente.

Estuvo divagando en su mente, perdido entre los recuerdo de su niñez que se mezclaban con los de ahora, con los Simpson y con su odio hacia él mismo.  Recordó algunos capítulos de su vida, recordó el momento del funeral de su padre, ese domingo a las seis de la tarde, era un día claro, él vestido con un traje negro observó el cadáver maquillado de su padre, no lo reconocía, lo recordaba desde pequeño con esa apariencia que infundaba respeto y medio hacía él, pero ahora parecía un pobre anciano, un retrato mal dibujado, una caricatura de lo que siempre había sido, recordó esa sensación de indiferencia que sintió, ni le daba pena ni alegría, tenía el alma anesteciada por la marcha de Johann solo seis meses antes.  Seis meses angustiosos, era como vivir en una burbuja de pura oscuridad.  No dormía, no comía, su preocupación por aquel ser era tal que sus amigos le obligaron a ir a un psicólogo.  Se recuperó, se recompuso, resurgió de entre las tinieblas de su dolor, se rehizo y logró volver a vivir, pero ahora Johann había vuelto y con él todo los recuerdos, todas las vivencias, todo los malos rollos enterrados, sepultados en lo más profundo de él.

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